martes, 9 de septiembre de 2008

Comienza la mudanza

No voy a negar que siento cierto vértigo al tener por primera vez en mis manos las llaves de mi nuevo piso en Madrid… pero, a la vez, me ilusiona y me da fuerzas para emprender una nueva etapa en la gran ciudad, en esta bendita urbe de locos. Digamos que me enfrento a la segunda parte de una película, sólo que en este caso la realidad supera a la ficción … ¡Una no-fiction novel! -anoche volví a ver Capote, con un increíble Philip Seymour Hoffman-.

Lo mejor es que sigo viviendo en el mismo barrio, muy cerca de la casa de mis tíos, donde me alojo desde octubre del año pasado. Comienza el proceso de mudanza al Paseo de las Acacias, una larga arteria que lleva desde la Glorieta de Embajadores -desde donde ya se atisban las primeras calles del barrio de Lavapiés- hasta la Glorieta de Pirámides -en la ribera del Manzanares-. Acacias es paralela a la Ronda de Toledo, una vía que nace -o muere, según el estado de ánimo de cada uno- en la monumental Puerta de Toledo.



Glorieta de Embajadores
En el distrito de Arganzuela hay de todo: establecimientos de prensa y papelería, supermercados, bares, pequeñas y grandes ferreterías, tiendas de ultramarinos que abren hasta altas horas de la noche -eufemismo para los popularmente conocidos ‘chinos’-, estancos, farmacias, ópticas, colegios, bibliotecas, pizzerías, zonas verdes y peatonales, restaurantes asiáticos, floristerías... yonquis.

También hay videoclubs. En El Rastrillo hay un buen puñado de títulos: desde Viridiana, de Buñuel, a Uno de los nuestros, de Scorsese. El local se encuentra en Mira el Sol, bocacalle de Ribera de Curtidores, una de las zonas donde cada domingo montan el popular Rastro de Madrid. Mira el Sol huele a orín y al humo de tabaco que despiden los bares de la calle, aunque si uno se concentra, puedes percibir el olor a cuero de un cercano comercio de noqueros.
Una de las tascas, Casa Canales, es frecuentada por mujeres con surcos de cansancio y amargura en sus caras. En sus bocas nacen ríos de cigarrillos que nublan sus alientos de penas. Sus ojos parecen mantener siempre la misma frase: "No hay mucho que hacer en esta vida".

Puerta de Toledo
En la puerta de un local cerrado se encuentra apoyado un tipo de pelo enmarañado y barba recortada. El hombre lleva una mochila a la espalda y da sucesivos tragos a una lata de cerveza de 50 cl mientras no aparta su miarada del infinito... quizás allí se encuentre la vida que nunca tuvo, o la que desperdició por alguna imprudencia.

Delante del tipo barbudo pasan dos hombres de mediana edad; uno carga sus pulmones de aire y lo transforma en blues a través de una pequeña armónica. De repente, su acompañante propina un puñetazo a la verja que cerca un solar en obras. No detienen el paso. Yo, tampoco. Sigo en la brecha, escribiendo los primeros párrafos de esta nueva no-fiction novel.

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