lunes, 1 de enero de 2007

Crítica: 'El palacio de las flores', Andrés Calamaro

Andrés Calamaro
El palacio de las flores
DRO (2006)
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Ha pasado algo más de un mes desde que saliera a la venta El palacio de las flores, último disco de Andrés Calamaro. Más de un mes de repetidas escuchas; tiempo suficiente para hacerse una idea global de esta grabación timoneada casi al completo por Litto Nebbia, leyenda viva del rock argentino y propietario del sello Melopea Discos y del bonaerense Estudio del Nuevo Mundo. Allá se grabó El palacio de las flores.

El dato no es anecdótico en absoluto. Todo lo contrario, pues el productor y arreglista del disco supone una pieza importante en el resultado final de las canciones –en este caso también ha sido responsable de la composición de algunas-, y lo cierto es que los temas que forman este álbum podrían haber lucido un mejor vestido.

Como es costumbre en sus producciones, Litto Nebbia ha dejado su huella de forma bastante nítida en los temas, algunos compuestos por Calamaro, otros por Nebbia y el resto en una mano a mano -exceptuando el bolero de Armando Manzanero 'Contigo aprendí'-. De este modo, encontramos arreglos a veces gratuitos, como la cascada de notas de sintetizador y piano al empezar 'El tilín del corazón' (Calamaro) o la amalgama casi caótica de sintes en 'Ser feliz', canción un tanto anodina que cierra un álbum ya de por sí irregular.

Temas como el citado 'El tilín del corazón' y 'Corte de huracán' -éste con toques de funk-, parecen pedir a gritos una pizca más de contundencia y definición. Es como si todo sonara demasiado etéreo.

Algo similar ocurre con 'Punto argentino', una de las canciones más 'folclóricas' del disco. Da la impresión de que un tema así habría salido mejor parado bajo la producción de Javier Limón*, quien le habría dado un colchón sonoro más cálido y orgánico. Y lo mismo sucede en ‘Contigo aprendí’, bien interpretada por la voz de Calamaro aunque con una sección instrumental algo melifluoa.

Pero tampoco se trata de cargar todas las tintas contra Nebbia. Hay que decir que el repertorio general no es de los mejores en comparación con el de otros álbumes similares firmados por Andrés. A lo largo de las 17 canciones de El palacio de las flores se suceden algunas irregularidades, momentos flojos protagonizados por canciones como ‘Lo que nunca se olvida’ (Nebbia), ‘Miami’ (Calamaro / Nebbia) o ‘El compositor no se detiene’ (Nebbia), temas que pasan sin pena ni gloria.

A pesar de todo, también hay aciertos en este álbum. Digamos que puede encontrarse un pequeño bloque de canciones que logran salvar al disco, empezando por el primer single, ‘Corazón en venta’ (Calamaro), el típico hit ‘calamariano’ que además cuenta con una melancólica letra sobre la soledad.

‘Mi bandera’ (Calamaro) es otro de los momentos álgidos del álbum; una canción que, según Andrés, “hace referencia al gran maestro Atahualpa Yupanqui”. El tema puede escucharse como una declaración de principios, como ocurre también con ‘El tilín del corazón’ (Calamaro), otro tema muy calamariano en el que, ¡esta vez sí!, los arreglos de cellos de Nebbia aportan enteros a la canción.

También son acertados los arreglos de cuerda de Litto en ‘Tengo una orquídea’ (Calamaro / Nebbia), una bonita canción sentimental que gana profundidad con las armonías del productor.

‘Patas de rana’ (Calamaro) también suena realmente bien, a pesar de las mutaciones sufridas con respecto a la versión original grabada por Calamaro en la etapa salvaje ‘post-salmón’ (desde 2000 a 2003). El solo de saxo soprano de Pedro Menéndez le da al tema una intensidad especial.

Y, por último, una verdadera joyita, la canción que da título al disco, una pieza compuesta por Calamaro con toques folclóricos en la parte musical y con una letra que funciona como radiografía de algunos episodios infantiles de Andrés, de los problemas sociales y político-económicos de la Argentina de los setenta.

En definitiva, El palacio de las flores no entra en lo mejor de la discografía de Andrés Calamaro. Después de los experimentos con el tango y la canción folclórica argentina reflejada en El cantante (2004) y Tinta roja (2006), parece que ahora vuelve el Calamaro de las canciones rock, de las canciones heróicas y poéticas, ese Calamaro que sangró y sacó sus tripas en Alta suciedad (1997), Honestidad brutal (1999) y El salmón (2000). Pero, ciertamente, El palacio de las flores queda muy por debajo de los trabajos citados.

En cualquier caso, es interesante escuchar con atención este álbum, auque sólo sea por descubrir el nuevo estadio creativo de uno de los artesanos de canciones más inquietos e importantes del rock en castellano.

* Javier Limón produjo los discos de Andrés Calamaro El cantante (2004) y Tinta roja (2006). También ha producido Lágrimas negras (2003) de Bebo Valdés y Diego 'El Cigala', Cositas buenas (2004) de Paco de Lucía, y Mi niña Lola (2006) de Concha Buika, entre otros trabajos.

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