sábado, 12 de enero de 2008

Exquisito desayuno

Me duele la cabeza. ¿Qué espero después de haber vuelto a casa a las ocho de la mañana con unas copas de más en el cuerpo?

Me levanto a las 14.00 y me embuto en el ‘uniforme del resacoso’. Elegirlo no entraña gran dificultad, tan sólo hay que despertarse en un estado lo suficientemente perjudicado para lograr ese gusto horrible a la hora de combinar la ropa. Obviamente, esto se puede resumir en una expresión más sencilla con sede en la sabiduría popular: ponerse lo primero que pilles.


Consciente de poseer la citada habilidad, abro el armario y, sin pensarlo mucho –condición fundamental para elegir el susodicho vestuario-, alcanzo un pantalón de chándal color azul marino y una camiseta a rayas sienas y blancas. Para los pies, unas viejas zapatillas que hace años presumían de un refulgente naranja butano; ahora se muestran reblandecidas y grisáceas como la chabola de cartón de un matrimonio yonki después de un día de lluvia.


Salgo de la habitación. Constato que mi sistema psicomotriz está ligeramente trastocado: andar, una cosa tan sencilla como dar un paso y después otro de manera consecutiva, se convierte en una tarea complicada. Vacilo. Agacho la cabeza y miro mis destartaladas zapatillas, después, enfilo mis ojos irritados hacia el cuarto de baño. Una náusea me revuelve el estómago; en ese mismo momento recuerdo que hace cinco segundos he agachado la cabeza. Una mala idea, sin duda, aunque, por lo menos,

no he perdido memoria a corto plazo.
Una vez en el cuarto de baño, sabes que es mejor no mirarte

al espejo. Sin embargo, te miras. Presumido y narcisista hasta en los estados más demacrados del ser.

Entro en la ducha. El agua tibia me sirve de purga para sacudirme las secuelas de la nocturnidad. Me enjuago la cabeza mientras los recuerdos de la noche se me agolpan entre sien y sien: comida turca, ríos de cigarrillos, ‘La Catrina’ y sus daiquiris, viejas calles de vientos cortantes, Eddie Jefferson entonando ‘Psychedellic Sally’, policías haciendo la ronda, más ríos de cigarrillos… Y en el fondo del camino, el ‘Tony 2’ con toda su fauna, su piano; sus pianistas; sus cantantes de poderosos vibratos; sus bailes al ritmo de boleros, pasodobles y pop casposo; sus elegantes camareros llevando bandejas con vodkas, rones, güisquis, cervezas… En las profundidades del ‘Tony 2’ es inevitable convertirse en una animal más de la noche. Qué delicia acomodarse en sus gastados sofás de terciopelo rojo y saborear un vodka con limón. Cuando quieres darte cuenta, ya te has rendido a lo evidente: un poderoso sentimiento de comunión entre tú y todas esas almas nocturnas que te rodean.

Termino de aclararme la cabeza. Esbozo una sonrisa y me río para mis
adentros de los propósitos del nuevo año, que es tan
viejo lobo como el que murió hace doce días.
Salgo de la ducha. Tengo el cerebro frito, repito la misma canción y relativizo la vida. Hoy es lo que hay. “Maldito zorro”, me digo riéndome entre dientes, “esta noche te lanzarás de nuevo a la calle”. Un escalofrío me recorre la espalda mientras vuelvo a ponerme el uniforme del resacoso. Salgo del cuarto de baño y allí, bajo las escaleras, me embriaga un delicioso olor a cordero asado.
Mmmm... Exquisito desayuno.

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